Que prácticamente ninguna administración pensaba que la ola de la Covid-19 llegaría fuerte a España, lo dicen sus estrategias de comunicación.

Esa es la prueba del algodón. Una de ellas. Ante cualquier crisis, de cualquier naturaleza, siempre debe de haber una estrategia de comunicación como respuesta. Si existe, a esa crisis se le estaba esperando; si brilla por su ausencia, es que el tortazo era inesperado. Y a la vista está que las grandes administraciones de nuestro país encararon la pandemia del coronavirus sin el menor atisbo de reflexión en el diseño de la política comunicativa.

Desde mediados de marzo, los bandazos y las improvisaciones han sido el pan de cada día. A la cabeza, sin duda, el Gobierno de España. Algunas de sus rectificaciones han sido sonoras. Al principio, en una respuesta de manual ante crisis, quisieron proteger al presidente con una presencia mediática de bajos vuelos, como queriendo ceder el peso comunicativo a los perfiles técnicos. El impacto de la crisis, arrollador desde los primeros días del estado de alarma, obligó a poner ante micros y teles a los pesos pesados del Gobierno. Ni los ministros ni el propio presidente podían quedar entre bambalinas.

También hubo rectificación en el sistema elegido de las comparecencias de prensa. Las normas de distanciamiento social obligaban a vaciar de prensa la sala de prensa. Pero la distancia sobrepasaba muros y estancias de La Moncloa, incluso en las videoconferencias la prensa se sentía alejada gracias a la –polémica, desde el primer día– decisión del secretario de Estado de Comunicación de ser el filtrador de las preguntas. El cabreo de los medios fue a más, una nueva rectificación se hizo necesaria.

El último bandazo apunta directamente a los uniformados. La presencia de los altos representantes policiales y militares pintaron la política de comunicación de una cierta estampa marcial, inadecuada para una crisis sanitaria, enorme y brutal sí pero sanitaria al fin y al cabo. Y tanto va el cántaro al agua que al final el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil patinó de lo lindo, y entonces es cuando se enciende la bombilla: cómo ponemos a comunicar a alguien con tan poca experiencia en estas lides. Solución: policías y militares, a comisarías y casas cuartel.

En Andalucía, más cerca de casa, la comunicación de la Junta también ha adolecido de una estrategia bien definida desde el origen de la crisis. La decisión de no aportar a la sociedad los datos de contagios en el avance de la pandemia por municipios ha originado fuertes tensiones entre el Gobierno andaluz y ayuntamientos. Sin necesidad, la verdad. Eran ganas de mosquear al personal, como si dar las cifras de enfermos y recuperados, hospitalizados y fallecidos por provincias, en lugar de por pueblos y ciudades, fuera a despejar la incertidumbre. Muchos, muchísimos alcaldes y alcaldesas, le decían a la Junta que se equivocaba, hasta que el dedo de Moreno Bonilla, 50 días y miles de tuit después, cambió hacia arriba.

Ejemplos, al fin y al cabo, de que nadie esperaba una crisis de esta envergadura. Los expertos suelen arroparse en un manual de comunicación, convenientemente elaborado con previsión y anticipación, para refugiarse de los golpes de los contratiempos. En España, la covid-19 deja demasiados golpes, pero aquí el manual, la estrategia de comunicación, no existía, y todos esos golpes han ido directos a la yugular.

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